Desde mi balcón en Matasiete.

Este verano he descubierto mi nuevo lugar favorito en este piso (como si no fuera chiquitito): El balcón donde no tengo las flores. Tiene el largo perfecto para mi altura y las luces ideales para que me sienta en una cúpula de cristal desde la que asomarme al mundo real. Pero sólo un poco. Es perfecto para practicar el ralentí y tomar té frío con fruta en mi vaso de calavera.

Y justo a puntito de nacer este verano me fuí a Madrid, como había ideado en mis planes de fuga de la realidad, y ví el Guernica y tomé los primeros rayos de verano en el Retiro, y paseé hasta el Palacio de Cristal y me perdí y me encontré, y en el camino sonaba Suite Soprano y sonreía y daba saltitos. Podía permitírmelo: No me espera nadie.

Me tatué La leyenda del tiempo en el brazo por Blize, tal y como organicé que haría en las interminables jornadas de costura en pandemia, cuando pensaba que mis brazos no podían empujar más tela y mi cabeza estaba lejos. Soy una tipa de palabra. Viví Lavapiés como solo las personas libres lo viven, me comí un bocata de calamares, navegué por azoteas con mi Julia y su risa y me volví. Una delicia vamos.

Que importante me parece ser coherente con mis raíces, con mi sangre y mis entrañas. Hacer lo que siento que está bien en mi universo personal. Alejarme de personas que no me ayudan a mantener mi paz mental, que pensándolo fríamente, a día de hoy es por lo único que defiendo firme e infranqueable. No quiero ser una tibia, no soy ninguna suavona. Me aburre, me da lacha. No, no me llevo bien con todo el mundo <y no pasa nada>, hay muchas personas que me dan igual. Parece que nos empecinamos en estigmatizar a quien elige con quien ser, estar y disfrutar. Como si no fuera lo más lógico del mundo. NO, para nada soy una tibia que queda bien con todo el mundo y como diría Mucho Mu ” no llegue hasta aquí por hacerme el simpático”. Pues eso. Hay gente con las que SI a todo, hay gente que NO me apetece y gente que me dan igual y es como casi todo en esta vida, respetable. Lo que no es respetable es no respetar.

El verano se ha pasado entre flores, aplicaciones para el móvil que me identifican las  flores que no conozco, bosques en silencio, paseos viendo las moras metamorfosearse, leer a Lorca en voz alta y escapadas al mar. Comer pizza mirando al mar con el cuerpo rebozado de arena, me sigue pareciendo un grandioso plan orientado a mi felicidad. He tenido días que he sentido que la ansiedad y el miedo me iban a matar. Es horrible tener miedo a la “nada” porque no sabes contra quien estas luchando. Pero bueno, esto, como casi todo, pasará.

Me invento todo tipo de planes de escapismo, mi cabeza siempre está a millones de años luz de aquí. Sólo es que, de momento, mi cuerpo no le acompaña. Pero lo hará. Cuando todos estos demonios dejen de tirarme del pelo, lo hará. Mi sueño más recurrente de este verano ha sido que me iba a Tenerife a una casita alejada, pero desde la que podía acercarme al pueblo andando en un largo paseo, y escribir un libro. Sé a ciencia cierta que sería una puta maravilla agitadora de órganos internos. Ahora solo tengo que pasar a la acción y ejecutarlo. Pero si me dices, cierra los ojos y dime que harías ahora mismo, sería, de seguro, eso.

La gente te enseña amablemente la salida, para que te vayas de sus vidas y luego, al menos a mí, me recriminan que me haya ido. Pero joder! si me has estado empujando a irme!. En que quedamos??

No sé, como decía David Delfín ” a veces no entiendo nada”, pero bueno.

Este verano también he aprendido a colocarme en el mismo escalón de amor que muchas personas con las que estaba desequilibrada. Es decir yo creía estar en un km de la amistad que para la otra persona era distinto y recalibrar la maquina siempre supone un movimiento brusco. Pero lo he hecho, no sin sentirme un poco estúpida y triste, a partes iguales. Básicamente por no haberlo visto antes. Eso sí, le he dado la vuelta a la movida y me he dado cuenta de cuantísimas cosas me estaba auto imponiendo hacer, por unos niveles de amistad desacompasados. Vamos que así a lo pijo he conseguido un nivel más de libertad que antes no tenía. Antes de digievolucionar, no habría aprendido nada de todo esto.

Me encontré una Minnie Mouse gigante delante de la playa y fue un subidón enorme. Qué bien me cae esa rata. Luego, para no variar en mí, le di una vuelta más: Será ella completamente feliz, cada día, incluso viviendo en Disneyland? Me temo que no. Ahora ya no quiero ser feliz, yo solo quiero vivir tranquila. Sin nudos en la tripa ni taquicardias, sin pesadillas ni lagrimas recurrentes. Sin pena. Sin pesadillas en las que yo soy una catrina y que por más que lo intenta no puede hablar. Querría volver a oírme reír así de fuerte como solía hacerlo antes del proceso de entendimiento de que hay personas que pueden sobrevivir sin mí y yo sin ellas. Y que con mucha pena tengo que decir – que no pasa nada – .

Otra de las cosas guapas de este verano fué reencontrarme con Hafu y hacer estas fotos tan guays. Escuchar a personas que viajan y aprenden siempre me rellenan la sangre de vida nueva. Gracias tio!

Ficha su trabajo aquí:

📸@cbenavidesph @hafu_benavides🔥https://cesarphoto.weebly.com/

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